Era
la mañana del veintitrés de Noviembre
del dos mil tres, un día muy especial en
la vida de Gabriela y Tomás.
En
plena aurora abordaron el tren de lujo que los llevaría al norte del país para
consumar el inmenso amor que hacía ya tres años se profesaban y que el día
anterior habían confirmado en una gran boda donde familiares , amigos e
invitados especiales se dieron cita.
La
felicidad de ambos, y el agotamiento físico formaban parte de esos sentimientos
encontrados que suelen dar fuerza para seguir de pie en un acontecimiento
trascendental y significativo en la vida de la pareja.
Atrás,
quedaba una gran celebración enmarcada por una boda religiosa en la iglesia de
la ciudad, así como un festejo donde música, comida y alegría formaron parte
del ambiente.
Pero
sobre todo quedaba toda una historia en la búsqueda constante del amor
superando los obstáculos emanados de las diferencias humanas. A partir de esa
fecha dos almas se unían para no separase nunca más.
A
medida que el tren avanzaba, la estación fue quedando atrás. Las luces de la
ciudad se tornaron cada vez más lejanas. El sonido ambiental armonizaba con el
leve movimiento del vagón, el paisaje semiobscuro fue dibujándose con bellas
imágenes.
Gabriela
y Tomás se besaron apasionadamente una y otra vez, las palabras de amor
sobraban ante la cantidad de caricias corporales. Sin embargo, aquella
madrugada tranquila quedaría en la memoria de pasajeros, amigos y familiares
como un recuerdo imborrable.
Eran
las 5:45 de la mañana, cuando sorpresivamente se escuchó un ruido ensordecedor
en la parte inferior de los vagones.
Inmediatamente
los pasajeros salieron a los pasillos del tren, se generó el total
desconcierto, a la vez que percibían un incremento en la velocidad del tren.
Por
un momento el miedo y nerviosismo invadió a todas las personas, sin embargo
unos minutos después, se escuchó al conductor hablar por el altavoz solicitando
serenidad a todos y explicando que había
un problema técnico que tendría solución en poco tiempo, que tomaran sus
asientos y mantuvieran la calma.
Qué
lejos estaban los pasajeros de saber que el sistema neumático de frenos se
había roto, que los frenos de emergencia no funcionaban, que el tren se
deslizaba sobre una pendiente muy pronunciada y por si fuera poco, unos
kilómetros adelante había una curva peligrosa.
Bastaron
quince minutos para que la confusión total, el llanto y el miedo se
apoderaran de todos.
Gabriela
y Tomás se abrazaron fuertemente consientes de que se encontraban en una sería
situación de emergencia, con una mirada se dijeron las muchas cosas que con
palabras no expresaron y recorrieron en
segundos toda aquella historia de amor que un día antes lo unió.
El
tren no soportó más y finalmente cedió ante la ¡inminente tragedia!
Inmediatamente
se escuchó un fuerte crujido metálico que se propagó varios kilómetros a la redonda.
Solo
pasaron unos segundos.
A
la orilla de un barranco, el tren yace descarrilado a un lado de los rieles.
Acostado sobre la hierba en medio de un silencio absoluto del campo. Ningún
pasajero ha reaccionado. Aún nada se mueve. Solo un conejo mordisquea los
renuevos de alfalfa a unos centímetros del furgón de lujo.
J.Trinidad
Pedro Bernabé Juárez Alcázar. (Pececito de Oro)
Biblioteca
“Sor Juana Inés de la Cruz”
Acajete,
Pue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario