Una
mañana en el pueblo de San Vicente, se encontraba un joven muy inteligente de
nombre David, listo para abordar el tren de las diez de la mañana y así poder
buscar un empleo en la capital, en la bella ciudad de Morelia.
Después
de un largo andar, logró encontrar su primer trabajo en la casa de la familia
Espíndola; allí conoció a una hermosa joven, Camila, hija del dueño. Un día, se encontraron en la cocina; David vio el rostro tierno
de Camila, lo miró a los ojos y salió rápidamente de la cocina, por que sentía
que el corazón se le salía del pecho.
Una
tarde, caminando por el parque observaba de lejos a David, se acercó y se armó
de valor para iniciar una charla. Así pasaron varias semanas y empezó a nacer
un bello sentimiento, hasta que su padre se dio cuenta por su mirada.
El
señor Espíndola era un importante hacendado y le buscó prometido, así que llegó
a la casa y habló con su esposa y les dio la gran noticia: Camila se sorprendió
y le dijo que no se casaría con alguien a quien no conocía y que tampoco amara;
él se enfadó y la mandó a encerrar a su cuarto, del que no saldría sin su
permiso.
Él
se enteró de lo ocurrido y empezó a planear la fuga, porque su padre no lo
aceptaría y no los dejaría ser felices. Al día siguiente, salió a la estación
de tren, a comprar dos boletos para ir a México. Al regresar, trepó al balcón y
bajaron sin que nadie los viera, ella sólo dejó una carta en la cama diciendo
que amaba a su novio y que nadie terminaría con el amor que sentía por él.
Los
enamorados subieron al tren, a un vagón de lujo que partía a la Ciudad de
México, se dieron un beso de amor y se escuchó un fuerte ruido.
Un
tren yace descarrilado a un lado de los rieles, acostado sobre la hierba en
medio de un silencio absoluto en el campo. Ningún pasajero ha reaccionado, aún
nada se mueve, sólo un conejo mordisquea unos renuevos de alfalfa, a unos
centímetros del furgón de lujo.
Biblioteca Sor Juana Inés de la Cruz.
Acajete, Puebla.
Edith Barranco Coria.
Pececito de oro.
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