En
la calle de La Soledad, colonia Maravillas, de Ciudad Torrealta, había una vez
tres mujeres que no eran muy queridas por los niños, aunque sí apreciadas por
los papás de esos niños. Se llamaban Dulcilanda Colorada, Reina Cristina de los
Cielos y la señorita Chucha Torres.
Las
tres mujeres siempre pasaban por el centro del pueblo y como eran solteras y un
poquito grandecitas de edad, llamaban la atención con el meneo de su caminar,
además el apellido le hacía honor a cada una de ellas.
Delicada Colorada, era una dama muy
presentable, tenía las mejillas rosadas, porque cuándo los hombres le lanzaban
un piropo, se sonrojaba con los halagos que le hacían los caballeros, mostrando
una sonrisa de cortesía y los caballeros susurraban y decían qué dulce es esta
dama. Por otro lado, Reina Cristina de los Cielos, una señorita muy alta y muy
encopetada que cuando se peinaba se ponía un diadema con un turbante que
parecía de oro, su nariz afilada y grande, con un abrigo largo, largo, que al
caminar se sentía toda una reina de los cielos.
Y por último, Chucha Torres, una mujer común
y corriente, no muy alta, ni colorada, mucho menos encopetada; parecía no
interesarle su aspecto, pues usaba unos lentes tan grandes y gruesos, que
cuando abría los ojos parecía que quería comerse a todo aquel que pasaba junto
a ella. Siempre estaba cargando una sombrilla, que le servía para cubrirse el
sol, y para protegerse de cualquier cosa, o simplemente la tomaba como bastón.
Los niños de la calle La Soledad conocían a
las mujeres sólo por su aspecto y cada vez que las encontraban les decían de
cosas; desde luego, ellas se molestaban volviéndose hacia ellos, muy enojadas.
Un día, uno de los niños llamado Juanito al
salir de su casa, mientras caminaba por la calle, se topó con un individuo que
lo tomó por los brazos para conducirlo hacia el coche que estaba cerca de ahí;
en ese preciso instante, y como arte de magia, apareció una de las damas: nada
más y nada menos que la señorita Chucha Torres, que al oír al niño que gritaba,
corrió hasta más no poder y con la sombrilla le tiró y tiró golpes al individuo
que quería robarse al niño. A partir de ese momento, Juanito les contó lo
sucedido a sus amigos; los niños pidieron disculpas a las tres señoritas y
prometieron no volverlas a molestar, por lo que sus padres les explicaron que
nunca se debe juzgar a las personas por su aspecto, mucho menos sin conocerlas.
María
Rosa Chapuli Xochimitl
Biblioteca
Pública No. 912
Héroes
de la Revolución Mexicana
Municipio Coronango
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