Típico de Xicotepec, la niebla en
invierno no permite ver más de medio metro de distancia; los niños súper
abrigados van a la escuela, los autos con sus faros alumbran el camino, en las
afueras del portal, el puesto de tamales y atole, el vapor de la tamalera y la
olla de atole, invitan a uno a sentarse y tomar algo caliente para quitar el
frio. Es ahí donde Roberto espera la hora de entrada al trabajo; mientras eso
sucede, toma plácidamente su vaso de atole de cacahuate y conversa todo lo que
pasa, luciendo un bello abrigo gris Oxford que hace lucir su tez apiñonada y
sus ojos color aceituna. Las chicas coquetas lo saludan risueñas, y él pícaro,
responde con una sonrisa. La espera pasa
tan pronto, que al poco rato escucha el tic tac del reloj municipal dando las nueve
de la mañana. Ya que es hora de entrar a trabajar, recibe una orden de su jefe mandándolo
a dejar unos papeles de Hacienda a Necaxa; incómodo, no le queda más que obedecer en ese momento. El silbido del cartero anuncia carta para
Roberto que sale al instante, la toma y al ver el remitente, solo la estruja
con sus manos y la guarda en el bolsillo de su abrigo.
En el trayecto
a Necaxa observa el paisaje con melancolía. Al llegar enciende un cigarrillo,
jugando con el humo, en su caminata hasta su destino. Se detiene un poco en el puente a observar
la presa y ahí saca su carta para leerla,
respirando profundamente y volver a ver el sobre enviado desde Suecia. Tiempo
atrás había mandado una solicitud de trabajo y ahora recibía respuesta; no se
atrevía a ver el contenido, ya que en ese momento de su vida era feliz, tenía
trabajo y una bella familia. Guardó otra vez la misiva; llegó al lugar donde
tenía que cumplir con el encargo requerido y hecho esto, toma el camino de
regreso.
En las afueras
de la escuela, se encuentra al señor de los helados gritando:
- ¡Hay helados
de pétalos de rosa, coco, limón!
De entre una
gran variedad de sabores, compra uno para disfrutarlo en el camino a la base de
autobuses. Pasa nuevamente por el puente y se detiene; al meter la mano al bolsillo de su abrigo, sus
manos tocan la carta, la siente y la toma sin saber qué hacer. En eso, llega un
anciano que lo ve y le pregunta qué le pasa, pues temía que por su tristeza, tuviese
intenciones negativas, pero no era así; y como si se conocieran de tiempo atrás,
platican un buen rato. Roberto escucha el consejo del anciano, así que toma la
carta, destruyéndola sin querer saber su contenido.
Su mayor
felicidad en este momento de su vida son su esposa e hijos, ¿qué más felicidad
podía tener?
Durante el retorno
a Xicotepec, disfruta los árboles, los pájaros en parvada buscando refugio del
frío, los autos que rebasan el autobús; a sus compañeros pasajeros los
observaba con atención, queriendo ver a través de sus ojos, más allá de un
horizonte donde la felicidad es tan escasa. Baja del autobús que ha llegado a
su pueblo, donde la niebla en invierno es densa; pero para él y en su corazón,
el calor es abundante. Coqueto, se acomoda su abrigo gris Oxford, silbando su
melodía favorita.
Autor: Ana Rosa Ortiz Hernández.
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