lunes, 4 de marzo de 2013

Ansiedad



Típico de Xicotepec, la niebla en invierno no permite ver más de medio metro de distancia; los niños súper abrigados van a la escuela, los autos con sus faros alumbran el camino, en las afueras del portal, el puesto de tamales y atole, el vapor de la tamalera y la olla de atole, invitan a uno a sentarse y tomar algo caliente para quitar el frio. Es ahí donde Roberto espera la hora de entrada al trabajo; mientras eso sucede, toma plácidamente su vaso de atole de cacahuate y conversa todo lo que pasa, luciendo un bello abrigo gris Oxford que hace lucir su tez apiñonada y sus ojos color aceituna. Las chicas coquetas lo saludan risueñas, y él pícaro, responde con una sonrisa.  La espera pasa tan pronto, que al poco rato escucha el tic tac del reloj municipal dando las nueve de la mañana. Ya que es hora de entrar a trabajar, recibe una orden de su jefe mandándolo a dejar unos papeles de Hacienda a Necaxa; incómodo, no le queda más  que obedecer en ese momento.  El silbido del cartero anuncia carta para Roberto que sale al instante, la toma y al ver el remitente, solo la estruja con sus manos y la guarda en el bolsillo de su abrigo.
En el trayecto a Necaxa observa el paisaje con melancolía. Al llegar enciende un cigarrillo, jugando con el humo, en su caminata hasta su destino.  Se detiene un poco en el puente a observar la  presa y ahí saca su carta para leerla, respirando profundamente y volver a ver el sobre enviado desde Suecia. Tiempo atrás había mandado una solicitud de trabajo y ahora recibía respuesta; no se atrevía a ver el contenido, ya que en ese momento de su vida era feliz, tenía trabajo y una bella familia. Guardó otra vez la misiva; llegó al lugar donde tenía que cumplir con el encargo requerido y hecho esto, toma el camino de regreso.
En las afueras de la escuela, se encuentra al señor de los helados gritando:
- ¡Hay helados de pétalos de rosa, coco, limón!
De entre una gran variedad de sabores, compra uno para disfrutarlo en el camino a la base de autobuses. Pasa nuevamente por el puente y se detiene;  al meter la mano al bolsillo de su abrigo, sus manos tocan la carta, la siente y la toma sin saber qué hacer. En eso, llega un anciano que lo ve y le pregunta qué le pasa, pues temía que por su tristeza, tuviese intenciones negativas, pero no era así; y como si se conocieran de tiempo atrás, platican un buen rato. Roberto escucha el consejo del anciano, así que toma la carta, destruyéndola sin querer saber su contenido.
Su mayor felicidad en este momento de su vida son su esposa e hijos, ¿qué más felicidad podía tener?
Durante el retorno a Xicotepec, disfruta los árboles, los pájaros en parvada buscando refugio del frío, los autos que rebasan el autobús; a sus compañeros pasajeros los observaba con atención, queriendo ver a través de sus ojos, más allá de un horizonte donde la felicidad es tan escasa. Baja del autobús que ha llegado a su pueblo, donde la niebla en invierno es densa; pero para él y en su corazón, el calor es abundante. Coqueto, se acomoda su abrigo gris Oxford, silbando su melodía favorita.

Autor: Ana Rosa Ortiz Hernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario