Ese que ven ahí es el planeta gemelo
de la tierra, y aunque gemelo, como un ente en sí mismo, es a la vez muy
diferente. Contiene en él las mismas maravillas que nuestro planeta: tierra,
aire, mares, animales y humanos, mucha vegetación, flores, árboles… hasta lo
ilumina el mismo Sol. Todo en él, un poco más puro, más limpio, más
transparente, más natural pero a final de cuentas, en esencia, casi lo mismo. A
pesar de las diversas similitudes, hay una diferencia abismal, en este mundo no
existían los colores. Digo que “no existían”, porque el pasado 21 de diciembre
de 2012, cuando en nuestro planeta esperábamos con júbilo y regocijo el fin del
mundo, ellos al contrario, esperaban un renacimiento del planeta; tenían la
esperanza de que desde galaxias lejanas, gracias a la alineación de
constelaciones, soles, centros, agujeros, etc., se produjera una emulsión de
gases, polvo de estrellas, caudas de cometas viajeros y así llegara el color a
su planeta.
A
diferencia de nosotros, que tristemente no vimos ningún fin del mundo y todo
permaneció tal como estaba y el suave
desencantamiento lo cubrió todo de gris, ellos sí vieron verificadas las
profecías de sus ancestros: “Un día, del
cielo caerán cientos de colores y cubrirán el mundo, las mismísimas estrellas
resplandecerán en todo lo que existe y los ojos de los hombres se llenarán de
asombro ante tan celestial visión y será una nueva era para la humanidad, la
era del Cromocosmos”. Solo los que estuvieron preparados espiritual y
emocionalmente pudieron soportarlo, muchos enceguecieron ante tal aparición, su
cerebro no alcanzó a comprender tal prodigio; los que estaban dispuestos para
semejante cambio, aceptaron el regalo, dieron el cromático salto de nivel
dimensional y abrieron su conciencia para sentirse merecedores del color en el
mundo, la grandiosa luz que todo lo tiñe de arcoíris.
La esencia de las cosas
afloraba en los contornos con todo su esplendor, había color en todos lados y
los ojos acostumbrados al gris, veían cientos de matices; ahora empezaban a
concebir al mundo de un modo muy diferente, era como si todo lo que habían
vislumbrado dentro de su imaginación de pronto habitara el mundo con ellos,
sueños y ensueños siendo parte de la realidad.
Hoy tienen un pequeño
problema, bueno no llamémosle problema sino una gran empresa; para disfrutar al
máximo su nuevo mundo colorido necesitan darle nombre a los colores, tener
palabras precisas que encierren la maravilla que los ojos perciben en cada
color y hasta la sensación que producen y así, puedan diferenciar unos de otros.
Eso les permitiría la felicidad de hablar de ellos hasta más no poder,
incluirlos en sus poemas, en las descripciones, en sus reportes, en la literatura,
simplemente en sus pláticas cotidianas.
Se ha convocado a sabios,
creativos, artistas, escritores, músicos, físicos, biólogos, pintores y hasta a
místicos para crear la nomenclatura y hacer justicia al color y al nuevo mundo.
Es una tarea titánica, ¿cómo
dar nombre a tan amplia gama de colores? Gracias a la fascinación de ver los
colores por primera vez, no podían solo llamar verde (palabra que ellos no
conocían, por supuesto) a todo lo verde. Necesitaban precisar todos los verdes
que existen tan sólo en una hoja de árbol; y de un árbol en especial, porque
una hoja de encino no tiene los mismos
verdes que una hoja de laurel. Así,
empezaron clasificando por tonos parecidos todo lo que existe en el planeta,
para catalogar características de las cosas y poder, por comparación, darle
nombre a algunos colores. Se apoyaron en prefijos y sufijos griegos y latinos,
se esmeraron en ser más cultos e investigaron denominaciones que otros planetas
usaban. Buscaron palabras de otros idiomas que pudieran servir.
Hablan de vibración de
los colores, de intensidades, de luminosidad, de espesor, de sensaciones, de
combinaciones y hasta de sonidos. Es el gran revuelo mundial, ya hasta se
empieza a crear una nueva religión, el culto al color, porque dicen que es una
esencia divina, la dadora de vida y de felicidad. Es la gran pregunta
filosófica de esa nueva era ¿qué es el color? No se preguntan de dónde viene
porque todos saben que llegó del cielo, que después de una noche cuando
abrieron los ojos ya estaba ahí.
Les llegó información por
satélite de algunas palabras usadas en otros planetas, de otras civilizaciones:
malva, esmeralda, cerúleo, plumbago, canario, turquesa, cieno, añil, guinda, índigo,
fucsia, cobalto, magenta, sepia… Pero no significan nada para ellos, no tienen
sentido, no especifican lo que ellos necesitan, así que las desecharon y siguen
embebidos en su búsqueda, que ahora es su obsesión: dar nombre a los colores.
Lo realmente admirable de esto es que a pesar de su empeño en llamarlos de
alguna manera para hacerlos más presentes, para evocarlos e invocarlos cuando
no los vean, disfrutan de ellos y no caben de contento por la bendición de
tenerlos, de poder verlos y hasta de sentirlos.
¡Salve Dios Color!
Laura Montiel Ugarte
Cd. Serdán, Pue.
Biblioteca Municipal “Hilario Galicia
Rodríguez”
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