miércoles, 13 de marzo de 2013

EL NOMBRE DE LOS COLORES


 Ese que ven ahí es el planeta gemelo de la tierra, y aunque gemelo, como un ente en sí mismo, es a la vez muy diferente. Contiene en él las mismas maravillas que nuestro planeta: tierra, aire, mares, animales y humanos, mucha vegetación, flores, árboles… hasta lo ilumina el mismo Sol. Todo en él, un poco más puro, más limpio, más transparente, más natural pero a final de cuentas, en esencia, casi lo mismo. A pesar de las diversas similitudes, hay una diferencia abismal, en este mundo no existían los colores. Digo que “no existían”, porque el pasado 21 de diciembre de 2012, cuando en nuestro planeta esperábamos con júbilo y regocijo el fin del mundo, ellos al contrario, esperaban un renacimiento del planeta; tenían la esperanza de que desde galaxias lejanas, gracias a la alineación de constelaciones, soles, centros, agujeros, etc., se produjera una emulsión de gases, polvo de estrellas, caudas de cometas viajeros y así llegara el color a su planeta.
A diferencia de nosotros, que tristemente no vimos ningún fin del mundo y todo permaneció tal  como estaba y el suave desencantamiento lo cubrió todo de gris, ellos sí vieron verificadas las profecías de sus ancestros: “Un día, del cielo caerán cientos de colores y cubrirán el mundo, las mismísimas estrellas resplandecerán en todo lo que existe y los ojos de los hombres se llenarán de asombro ante tan celestial visión y será una nueva era para la humanidad, la era del Cromocosmos”. Solo los que estuvieron preparados espiritual y emocionalmente pudieron soportarlo, muchos enceguecieron ante tal aparición, su cerebro no alcanzó a comprender tal prodigio; los que estaban dispuestos para semejante cambio, aceptaron el regalo, dieron el cromático salto de nivel dimensional y abrieron su conciencia para sentirse merecedores del color en el mundo, la grandiosa luz que todo lo tiñe de arcoíris.
La esencia de las cosas afloraba en los contornos con todo su esplendor, había color en todos lados y los ojos acostumbrados al gris, veían cientos de matices; ahora empezaban a concebir al mundo de un modo muy diferente, era como si todo lo que habían vislumbrado dentro de su imaginación de pronto habitara el mundo con ellos, sueños y ensueños siendo parte de la realidad.
Hoy tienen un pequeño problema, bueno no llamémosle problema sino una gran empresa; para disfrutar al máximo su nuevo mundo colorido necesitan darle nombre a los colores, tener palabras precisas que encierren la maravilla que los ojos perciben en cada color y hasta la sensación que producen y así, puedan diferenciar unos de otros. Eso les permitiría la felicidad de hablar de ellos hasta más no poder, incluirlos en sus poemas, en las descripciones, en sus reportes, en la literatura, simplemente en sus pláticas cotidianas.
Se ha convocado a sabios, creativos, artistas, escritores, músicos, físicos, biólogos, pintores y hasta a místicos para crear la nomenclatura y hacer justicia al color y al nuevo mundo.
Es una tarea titánica, ¿cómo dar nombre a tan amplia gama de colores? Gracias a la fascinación de ver los colores por primera vez, no podían solo llamar verde (palabra que ellos no conocían, por supuesto) a todo lo verde. Necesitaban precisar todos los verdes que existen tan sólo en una hoja de árbol; y de un árbol en especial, porque una hoja de  encino no tiene los mismos verdes que una hoja de  laurel. Así, empezaron clasificando por tonos parecidos todo lo que existe en el planeta, para catalogar características de las cosas y poder, por comparación, darle nombre a algunos colores. Se apoyaron en prefijos y sufijos griegos y latinos, se esmeraron en ser más cultos e investigaron denominaciones que otros planetas usaban. Buscaron palabras de otros idiomas que pudieran servir.
Hablan de vibración de los colores, de intensidades, de luminosidad, de espesor, de sensaciones, de combinaciones y hasta de sonidos. Es el gran revuelo mundial, ya hasta se empieza a crear una nueva religión, el culto al color, porque dicen que es una esencia divina, la dadora de vida y de felicidad. Es la gran pregunta filosófica de esa nueva era ¿qué es el color? No se preguntan de dónde viene porque todos saben que llegó del cielo, que después de una noche cuando abrieron los ojos ya estaba ahí.
Les llegó información por satélite de algunas palabras usadas en otros planetas, de otras civilizaciones: malva, esmeralda, cerúleo, plumbago, canario, turquesa, cieno, añil, guinda, índigo, fucsia, cobalto, magenta, sepia… Pero no significan nada para ellos, no tienen sentido, no especifican lo que ellos necesitan, así que las desecharon y siguen embebidos en su búsqueda, que ahora es su obsesión: dar nombre a los colores. Lo realmente admirable de esto es que a pesar de su empeño en llamarlos de alguna manera para hacerlos más presentes, para evocarlos e invocarlos cuando no los vean, disfrutan de ellos y no caben de contento por la bendición de tenerlos, de poder verlos y hasta de sentirlos.
¡Salve Dios Color!

Laura Montiel Ugarte
Cd. Serdán, Pue.
Biblioteca Municipal “Hilario Galicia Rodríguez”

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