El hombre miró el sello postal en el sobre y suspiró. Dobló la
carta con cuidado y la metió en la enorme bolsa de su abrigo gris Oxford. Elevó
la mirada al cielo como esperando que la respuesta estuviera escrita en el
cóncavo azul.
Al guardar
la carta, un sonido crujiente de apenas una leve modulación, se percibió en su
abrigo. No le era ajeno nada de lo
escrito, sentía la honestidad de María en cada palabra, la honestidad que no por
ser verdad era menos dolorosa. Había
previsto esa respuesta, unos meses atrás cuando tomaba su café en la esquina de
Riveras Sur. La vio pasar, tan hermosa y autónoma. Quiso mover la mesa, la
silla, regar la azúcar o toser fuertemente para que ella lo viera, pero
inmediatamente observó que sí lo había
visto y estaba haciendo todo lo posible para no acercarse a hablarle. Recordó
que esa tarde fue triste, no tanto por lo nublado del cielo que a él siempre le
parecía elegante, sino por el desaire de su querida María.
Se fue
caminando, casi arrastrando los pies por el piso marmoleado, y se sentó en el
sofá, cogió el tercer tomó de La Odisea. Sus muchos años no pesaban tanto como
aquel regordete libro donde el guardaba las cartas; respiró raspadamente y antes
de guardar aquel deslucido pliego, volvió a leer.
Hola David:
Dudaba en escribirte estas líneas,
pero mi madre y Jorge me alentaron a hacerlo. No te miento que me pareció
sorprendente que me buscaras después de tanto tiempo; cuántas veces deseé encontrar
alguna carta tuya en el buzón de casa, pero esos tiempos pasaron. Jorge
encontró prosperidad en su negocio de organizador de fiestas, como sabrás.
Sofía está realmente sana, creciendo;
va a graduarse ya de la secundaria, sacó los ojos almendrados de mi madre y
Enrique tiene un cierto aire a ti; le
gustan los libros y andar investigando, coge una lupa y anda por todo el jardín
inspeccionando cualquier bicho raro. Mi esposo piensa que con el tiempo se le
pasará, yo preferiría que no, pues esa
cualidad intelectual siempre te la admiré.
Bueno, ¿qué te puedo decir?, ¿cómo
resumir la vida de una persona, en tan pocas líneas? Creo que lo interesante se
ha dicho. Tengo una familia que amo, trabajo media jornada en una importante
galería de arte que me permite exhibir mis pinturas. La vida es activa por el
día, pacifica en las noches. Realmente disfruto.
Por último, la respuesta a tu pregunta
es: no te preocupes, no hay que perdonar nada. Las cosas a veces son así y tú
fuiste por lo que te parecía importante; no te culpo. Sería tonto negar que me
hiciste falta, decir que no extrañé tu olor y abrazos, pero te repito, eso ya
pasó. Pido por favor que te cuides, pero como ya te comenté, realmente disfruto
la vida, no quiero mentiras ni caos en ella. Así que por favor, no vuelvas a
buscarme; no lo malentiendas, sencillamente así es mejor.
María.
El viejo David quería llorar, pero las
lágrimas se le habían secado con la edad, algo obvio para quien muy pocas veces
se dejó ser vulnerable, fue un hombre introvertido. Veló por los intereses de
la ciencia, se casó y divorció, pasando casi toda una vida con su investigación
de geología atómica y cuando se dio cuenta de que la vida se le había ido,
estudiando un montón de piedras que le habían arrojado datos inexactos del
origen mineralógico de las cuevas Torous, intentó enmendar su vida.
Así era en ocasiones la empresa de la
ciencia, uno podía dedicar toda su vida a un descubrimiento, para que al rato
ese hallazgo se convirtiera en una teoría, que lo más probable era que no fuera
totalmente exacta y se pudiera desmantelar. No se arrepentía de su oficio como
científico, el amaba los fósiles y minerales, tanto como un chef puede amar el
cacao, la harina y los aderezos.
Simplemente se había dado cuenta algo
tarde de que también amaba a su familia, más allá de la vida en el laboratorio
y las cuevas. Entendió que aparte de ser un científico con exceso de tierra en
las uñas, que persiguió y logró el prestigioso puesto de Director del Instituto
de Ciencias Geológicas del Norte, se podía ser esposo, amigo, padre, hermano,
un hombre pleno. Había tratado de acercársele a María tantas veces desde hace
algunos años, mas le resultaba difícil.
Estando en las
cuevas Torous escribía postales que enviaba en Navidad o primavera,
ofreciéndole apoyo económico, trabando unos garabatos de letras que el suponía
eran conversación; nunca le resultó nada. Se trataba de la primera vez que
María le respondía una carta, por cierto,
nada alentadora.
Sí, ya la
había visto un par de veces y ella, con esa gentileza natural, le saludaba
rápidamente y se marchaba sin platicar. Ese día y los consecuentes a la lectura
de la carta, no durmió muy bien. Soñaba a María con el vestido de flores azules
y encaje verde, su cabello pelirrojo hasta la cintura y su tierna mirada, sabía
que era la escena de la última vez que estuvieron juntos, cuando él la abrazo y
le prometió que volvería en el siguiente mes; mintió porque sintió pena al
verla llorar, sólo de esa manera ella lo dejo marchar. Despertaba agitado
gritando su nombre y arrepentido por no cumplir la promesa. Pasaron los días y
se armó de un sobrenatural valor para abrir su corazón a su gran amor.
Amada María.
Tal vez esta
sea la carta más atípica que recibas de mi parte. Créeme, es cierto eres mi
amada María, eres una de las personas más significativas para este hombre que
se está convirtiendo en anciano. Cometí errores, mi dulce princesa, mas tú has
sido uno de los más extraordinarios aciertos, junto con Jorge.
A veces uno
gasta tantas fuerzas en comprobar “su razón”, que la vida se le pasa sin darse
cuenta de lo maravilloso que es la simpleza de los momentos que ya no regresarán,
como el compartir unas sabrosas galletas de avena, ¿todavía son tus preferidas?
No me has
pedido consejos y yo no estoy para dártelos; sé de antemano que no cometerás
los mismos tropiezos. Continúa disfrutando la vida, colmándote de dicha, expandiendo
tu espíritu creativo y pintando al mundo con colores llenos de vitalidad y
alegría. He visto tus obras, son realmente buenas. Te pido un último favor,
sigue siendo tú misma, mi dulce María. Dale un beso y abrazo a los chicos de mi
parte. Cuídense.
Te ama David
P.D.
Quisiera tanto haber cumplido la promesa que te hice.
Sintió la
humedad en sus ojos y notó que lloraba, respiró profundamente y se permitió
sentir; al poco rato limpió las lágrimas del rostro. Dobló la hoja
cuidadosamente, como si fuera el informe del descubrimiento más sobresaliente
de su carrera, la metió en el sobre, le pegó una estampilla y él mismo la llevó
a la oficina de correos.
Habían pasado
tres días, cuando escuchó el peculiar sonido del cartero, salió para recibir su
mensajería y para su asombro, en medio de las notificaciones de algunos pagos y
la suscripción de la revista Examine
Science, vio un pequeño sobre craquelado color crema con el remitente de
María. Ni siquiera agradeció al buen cartero, cerró la puerta y con un ligero
temblor en la mano derecha, abrió apresuradamente el sobre, de la nota que
decía:
Hola
Aun me gustan las galletas de avena. ¿Qué
te parece si te invito a tomar un café en el Riveras, el próximo martes a las
seis de la tarde? Van a ir los niños y mi hermano Jorge.
P.D. También te amo, papá.
María
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