martes, 12 de marzo de 2013

Dudaba en escribirte estas líneas


El hombre miró el sello postal en el sobre y suspiró. Dobló la carta con cuidado y la metió en la enorme bolsa de su abrigo gris Oxford. Elevó la mirada al cielo como esperando que la respuesta estuviera escrita en el cóncavo azul.
Al guardar la carta, un sonido crujiente de apenas una leve modulación, se percibió en su abrigo.  No le era ajeno nada de lo escrito, sentía la honestidad de María en cada palabra, la honestidad que no por ser verdad era menos dolorosa.  Había previsto esa respuesta, unos meses atrás cuando tomaba su café en la esquina de Riveras Sur. La vio pasar, tan hermosa y autónoma. Quiso mover la mesa, la silla, regar la azúcar o toser fuertemente para que ella lo viera, pero inmediatamente  observó que sí lo había visto y estaba haciendo todo lo posible para no acercarse a hablarle. Recordó que esa tarde fue triste, no tanto por lo nublado del cielo que a él siempre le parecía elegante, sino por el desaire de su querida María.
Se fue caminando, casi arrastrando los pies por el piso marmoleado, y se sentó en el sofá, cogió el tercer tomó de La Odisea. Sus muchos años no pesaban tanto como aquel regordete libro donde el guardaba las cartas; respiró raspadamente y antes de guardar aquel deslucido pliego, volvió a leer.
Hola David:

Dudaba en escribirte estas líneas, pero mi madre y Jorge me alentaron a hacerlo. No te miento que me pareció sorprendente que me buscaras después de tanto tiempo; cuántas veces deseé encontrar alguna carta tuya en el buzón de casa, pero esos tiempos pasaron. Jorge encontró prosperidad en su negocio de organizador de fiestas, como sabrás.

Sofía está realmente sana, creciendo; va a graduarse ya de la secundaria, sacó los ojos almendrados de mi madre y Enrique tiene un cierto aire  a ti; le gustan los libros y andar investigando, coge una lupa y anda por todo el jardín inspeccionando cualquier bicho raro. Mi esposo piensa que con el tiempo se le pasará, yo preferiría  que no, pues esa cualidad intelectual siempre te la admiré.

Bueno, ¿qué te puedo decir?, ¿cómo resumir la vida de una persona, en tan pocas líneas? Creo que lo interesante se ha dicho. Tengo una familia que amo, trabajo media jornada en una importante galería de arte que me permite exhibir mis pinturas. La vida es activa por el día, pacifica en las noches. Realmente disfruto.

Por último, la respuesta a tu pregunta es: no te preocupes, no hay que perdonar nada. Las cosas a veces son así y tú fuiste por lo que te parecía importante; no te culpo. Sería tonto negar que me hiciste falta, decir que no extrañé tu olor y abrazos, pero te repito, eso ya pasó. Pido por favor que te cuides, pero como ya te comenté, realmente disfruto la vida, no quiero mentiras ni caos en ella. Así que por favor, no vuelvas a buscarme; no lo malentiendas, sencillamente así es mejor.

María.

El viejo David quería llorar, pero las lágrimas se le habían secado con la edad, algo obvio para quien muy pocas veces se dejó ser vulnerable, fue un hombre introvertido. Veló por los intereses de la ciencia, se casó y divorció, pasando casi toda una vida con su investigación de geología atómica y cuando se dio cuenta de que la vida se le había ido, estudiando un montón de piedras que le habían arrojado datos inexactos del origen mineralógico de las cuevas Torous, intentó enmendar su vida.

Así era en ocasiones la empresa de la ciencia, uno podía dedicar toda su vida a un descubrimiento, para que al rato ese hallazgo se convirtiera en una teoría, que lo más probable era que no fuera totalmente exacta y se pudiera desmantelar. No se arrepentía de su oficio como científico, el amaba los fósiles y minerales, tanto como un chef puede amar el cacao, la harina y los aderezos.

Simplemente se había dado cuenta algo tarde de que también amaba a su familia, más allá de la vida en el laboratorio y las cuevas. Entendió que aparte de ser un científico con exceso de tierra en las uñas, que persiguió y logró el prestigioso puesto de Director del Instituto de Ciencias Geológicas del Norte, se podía ser esposo, amigo, padre, hermano, un hombre pleno. Había tratado de acercársele a María tantas veces desde hace algunos años, mas le resultaba difícil.

Estando en las cuevas Torous escribía postales que enviaba en Navidad o primavera, ofreciéndole apoyo económico, trabando unos garabatos de letras que el suponía eran conversación; nunca le resultó nada. Se trataba de la primera vez que María le respondía  una carta, por cierto, nada alentadora.
Sí, ya la había visto un par de veces y ella, con esa gentileza natural, le saludaba rápidamente y se marchaba sin platicar. Ese día y los consecuentes a la lectura de la carta, no durmió muy bien. Soñaba a María con el vestido de flores azules y encaje verde, su cabello pelirrojo hasta la cintura y su tierna mirada, sabía que era la escena de la última vez que estuvieron juntos, cuando él la abrazo y le prometió que volvería en el siguiente mes; mintió porque sintió pena al verla llorar, sólo de esa manera ella lo dejo marchar. Despertaba agitado gritando su nombre y arrepentido por no cumplir la promesa. Pasaron los días y se armó de un sobrenatural valor para abrir su corazón a su gran amor.
Amada María.
Tal vez esta sea la carta más atípica que recibas de mi parte. Créeme, es cierto eres mi amada María, eres una de las personas más significativas para este hombre que se está convirtiendo en anciano. Cometí errores, mi dulce princesa, mas tú has sido uno de los más extraordinarios aciertos, junto con Jorge.
A veces uno gasta tantas fuerzas en comprobar “su razón”, que la vida se le pasa sin darse cuenta de lo maravilloso que es la simpleza de los momentos que ya no regresarán, como el compartir unas sabrosas galletas de avena, ¿todavía son tus preferidas?
No me has pedido consejos y yo no estoy para dártelos; sé de antemano que no cometerás los mismos tropiezos. Continúa disfrutando la vida, colmándote de dicha, expandiendo tu espíritu creativo y pintando al mundo con colores llenos de vitalidad y alegría. He visto tus obras, son realmente buenas. Te pido un último favor, sigue siendo tú misma, mi dulce María. Dale un beso y abrazo a los chicos de mi parte. Cuídense.
Te ama David
P.D. Quisiera tanto haber cumplido la promesa que te hice.
Sintió la humedad en sus ojos y notó que lloraba, respiró profundamente y se permitió sentir; al poco rato limpió las lágrimas del rostro. Dobló la hoja cuidadosamente, como si fuera el informe del descubrimiento más sobresaliente de su carrera, la metió en el sobre, le pegó una estampilla y él mismo la llevó a la oficina de correos.
Habían pasado tres días, cuando escuchó el peculiar sonido del cartero, salió para recibir su mensajería y para su asombro, en medio de las notificaciones de algunos pagos y la suscripción de la revista Examine Science, vio un pequeño sobre craquelado color crema con el remitente de María. Ni siquiera agradeció al buen cartero, cerró la puerta y con un ligero temblor en la mano derecha, abrió apresuradamente el sobre, de la nota que decía:
Hola
Aun me gustan las galletas de avena. ¿Qué te parece si te invito a tomar un café en el Riveras, el próximo martes a las seis de la tarde? Van a ir los niños y mi hermano Jorge.

P.D. También te amo, papá.
María

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