lunes, 4 de marzo de 2013

Demente sensatez



Se perdió el tranvía de las cuatro y decidió reposar en el parque. No le sorprendió tanto ver las gotas de rocío en las hojas, cayendo suave. Con la temerosa valentía propia de su personalidad atípica, cogió con entristecida felicidad una gota saboreándola agridulce. La aburrida alegría que transita su corazón, no le permitió conmoverse: la soledad resalta más. Ni siquiera le preocupó ocultarla. La luz oscura redirigía su atmosfera a la sombra clara del mástil a su lado. Recordaba el negro claro de aquellos ojos odiosamente amorosos y monstruosamente bellos. Con pesada levedad suspiró y se rió sarcásticamente por la afortunada desgracia o por la alegre desdicha; como lo diría su gran amigo el poeta neoyorkino. El estridente silencio, hizo ruido en su pensamiento y vagó por los rincones de la nostalgia: la verdadera mentira era que había olvidado a esa persona… ¿negación? Sabía que su honesta falsedad, no rendiría frutos, se puede engañar a todos,  pero no a uno mismo. La paciente inquietud de sus dedos, interrumpió sus pensamientos incesantes. Con irrisoria seriedad siguió su actividad degustando gotas de agua. Rara diversión, pensarán; pero con un poco de inteligente estupidez, uno le encuentra gusto al oficio de saborear rocíos. ¡Oh, gloriosa locura¡, ! Demente sensatez, que permite romper los grilletes de la “cordura”, ¿Quiénes serán los locos, los que son todo menos ellos mismos, o el que es él mismo sin agradar a todos? En ese segundo eterno y con frágil fortaleza, se respondió: ¡qué importa! Todos estamos un poco locos. Sabía que la locura que amaba no era la de la enfermedad, sino la que permitía liberar el alma de tantos “no”, “tienes”  y “debes”. Sentía una sincera compasión por aquellos seres que enferman y contagian con ese agobio al alma. Por ello la locura a la que se inclina era liberadora de la gracia, de la verdadera intimidad. Bienvenida seas amiga enloquecida, hay una cerradura abierta, pasa, siéntate. Qué compleja simplicidad, murmuró a las hojas verduscas,  las hojas quietas no respondieron ¿Por qué deberían hacerlo? Para ellas todo es sencillo, no están imbuidas en el mundo de los chiflados humanos. Conocen poco de sus costumbres e ideas y así es mejor, para resguardar el equilibrio. Su soledad acompañada se siente por aquellas delgaduchas hojas. Estiró los brazos, las manos hasta llegar a la última articulación del dedo meñique. Prosiguió su caminar, está inoportunidad venturada le ofreció un nuevo comienzo. Regaló una mirada de agradecimiento a ese mudo hablante de ramilletes de hojas verdes, sabias sigilosas. Prosiguió su andar, acompañándose de esa maniática lógica suya.

¡Qué exitoso fracaso logró este soliloquio!



Claudia Ramirez Martínez
Tehuacán

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