Recostada y tranquila escucho la
lluvia y mi cuerpo percibe el fresco después de varios días de calor, el
cansancio me venció y el canto de la lluvia me arrulló quedándome profundamente
dormida.
No sentí el
tiempo, sin embargo al despertar mi asombro fue grande, mis sollozos y lágrimas
me obligaron a incorporar rápidamente. Sacudiendo mi cabeza y secando mi rostro
ya tranquila empecé a inhalar, exhalar para concentrarme y recordar mi sueño.
El cielo y las
nubes (gris plata), dejaban ver los rayos del sol que me permitían percibir
como se derretían los glaciares. Ahí había una laguna con agua azulada en el
centro, un bloque de hielo en el que se encontraban sentados dos osos polares (uno
frente al otro).
Un arco de luz
unía sus cabezas, las nubes dejaban entrever los rayos de sol dejando su
reflejo en el agua, sus rostros por un momento se miraron fijamente, saliendo
de su pecho lamentos de dolor y las lágrimas escurrían por sus mejillas. Su estremecedor
grito es porque están perdiendo su hogar por el calentamiento de la tierra. Era
tanta su tristeza, reflejada en sus ojos que percibí su dolor, pidiendo ayuda
para sus hogares, haciendo conciencia de los cuidados que debemos tener en
nuestro planeta. El calor los destruye; a la humanidad la sequía. Los animales
se mueren de hambre y sed, la tierra herida en muchos lugares queda imposibilitada
para la siembra.
Autor: Ana Rosa Ortiz Hernández.
Biblioteca: Israel Gómez,
Xicotepec, Puebla.
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