jueves, 24 de enero de 2013

EL FINAL DEL VERANO







Isabel camina por el parque y recuerda, cuando  todos los días salía a barrer la acera de su casa, con su ropa suelta, haciendo sus labores con una sonrisa dibujada en el rostro juvenil. La gente que  pasaba por ahí la saludaban amablemente, también algunos vecinos o vecinas que a temprana hora se dirigían a sus trabajos. En cierta ocasión recibió un saludo y una sonrisa muy diferente a las ya conocidas; era Saúl, joven ingeniero que supervisaba unos proyectos para una empresa de la ciudad. Cuando vio a Isabel, con su pelo recogido, sintió interés en ella. Desde ese día calculando la hora en que la había visto, pasaba por ahí para saludarla y recibir de ella esa sonrisa cálida y dulce que transformaban sus mañanas. La atracción era mutua. Isabel se emocionaba cuando lo veía pasar y sobretodo cuando lo escuchaba decir: Buenos días señorita. Muchas veces llegó a pensar si al saber que era casada recibiría ese mismo saludo que le brindaba.

Después de un día de rutina, iluminada por el saludo que recibía de Saúl, atendía Isabel por la tarde a su esposo Ismael, quien llegaba de su trabajo, en ocasiones cansado, buscando sólo la tranquilidad del hogar que su esposa le ofrecía. Era un matrimonio joven. Por las noches Ismael buscaba a su bella esposa, acariciándola, besándola, tal vez por su cansancio no le brindaba una pasión que la estremeciera, llegando muchas veces a terminar, sin preocuparse por ella, quedando profundamente dormido cerca de su regazo.  Isabel lo amaba, pero no comprendía por qué  sus relaciones eran cada vez más frías. Su matrimonio había caído en la monotonía.

El joven Ingeniero se atrevió un día a detener su camioneta y decirle el anhelo que tenía por saber qué había detrás de esas ropas sueltas. Pregunta que ruborizó a Isabel.
Ante tal atrevimiento, y los breves encuentros, su imagen la acompañaba todo el día, quedando inquieta desde entonces. Parecía que la vida le hubiese cambiado en un minuto, deseando que llegara el siguiente día para verlo nuevamente.

         La oportunidad para Saúl se presentó cuando se encontró con ella en la tienda de autoservicio. Mientras Isabel compraba, él le preguntó si era casada, a lo que ella respondió que sí creyendo que esto lo alejaría. Pero su interés pareció aumentar; Él no tenía hijos. No era casado, sólo terminaría un proyecto en dos meses y se iría de esa ciudad, y casi rogándole le pidió de favor aceptara una cita para salir con él. Con la esperanza de que Isabel le hablara le dejó su tarjeta. Nerviosa la guardó en su bolso, tratando de sonreír para no levantar alguna murmuración entre la gente.

Saúl había inquietado su corazón y su cuerpo. Cada vez que lo veía, sentía un cosquilleo inexplicable, un palpitar y una respiración agitada, nerviosa pasaba el día sin dejar de pensar en él ni un minuto. Varias veces había tomado la tarjeta para hablarle y aceptar su invitación de salir, pero tenía miedo de lastimar a su esposo, de las murmuraciones de la gente y tal vez de ella misma.

         Ismael tuvo un congreso fuera de la ciudad e Isabel le ayudó a preparar sus maletas. Sería una semana la que estaría fuera de casa. Cuando lo vio partir desde la ventana, lo despidió sonriéndole, vio cómo su marido se alejaba en su coche.   Miraba su bolso, sabía que dentro estaba la tarjeta de Saúl, al mediodía nerviosa, tomó el auricular y lo llamó, para salir con él.

         Pasó por ella en un parque cercano, la luna llena que iluminaba el firmamento. La llevó a orillas de la ciudad donde tenía alquilada una cabaña acogedora. Él le preparó una cena con buen vino; el calor de la chimenea era propicio,  se escuchaba música suave. La tomó de la mano y la llevó con cadencia según la melodía. Cuando estaba bailando le murmuró al oído palabras dulces y apasionadas, deslizando sus manos como si fuese seda sobre su cuerpo. Sintiendo emociones desconocidas, un calor intenso cubrió su cuerpo, hasta hacerla estremecer, besó suavemente el cuello de Saúl, haciendo que naciera mutuamente una pasión incontrolable.

         La recostó sobre la alfombra. Ambos sentían el calor de la chimenea, que parecía fundirse con el de ellos, empezó a desnudarla poco a poco hasta descubrir ese hermoso cuerpo que cubrían la ropa holgada y suelta con las que salía por la mañana. Isabel era un volcán, le entregó sus caricias tanto tiempo reprimidas y desconocidas, Saúl recorrió su cuerpo con los labios encontrándose con otros labios más húmedos, ella correspondió a esa caricia, besando también su cuerpo hasta hacerlo gemir, experimentando al mismo tiempo el Karma que sólo los amantes auténticos saben vivir.

La noche continuó y pareció ser corta para ellos. El amanecer se presentó como un emisario que anunciaba una partida no deseada, no quería que se fuera. Le dijo emocionado lo que sentía por ella y su deseo de continuar viéndola. Para él Isabel es la mujer ideal y perfecta, lo escuchaba hablar con un nuevo brillo en sus ojos, aceptando que del mismo modo era feliz.

Antes de volver a dejarla en el parque, le entregó la llave de su departamento donde vivía, diciéndole que siempre esperaría por ella.
Isabel tomó la llave, le sonrió y la guardó en su bolso, esperando algún día encontrarse nuevamente con él.

Su esposo había llegado a casa, cansado. Ella le preparó un buen baño para que descansara, miró a su esposo y pensó en Saúl, lo extrañaba. Cuánto deseaba estar nuevamente en sus brazos. Guardaba con sigilo en un pequeño alhajero la llave que le diera Saúl. Al día siguiente Ismael se dirigió a su trabajo. Isabel había vuelto a su vida rutinaria, tranquila, sin pasión. Extrañaba a Saúl, estaba inquieta, todos los días veía la llave, Saúl se había marchado. Sabía que con esa llave podía llegar al departamento, hablarle y esperarlo. Muchas veces había estado tentada de ir a buscarlo. Los días transcurrieron pronto, Isabel ya no era la misma, tenía que tomar una decisión., Un día por la tarde, caminando por ese parque donde se encontrara son Saúl, bajo una lluvia tenue, cabizbaja caminaba, miró la llave que llevaba en su mano y se detuvo titubeante… En una alcantarilla cerca del parque la dejó caer.
Autor: Ana Rosa Ortiz




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