El hombre miró
el sello postal en el sobre y suspiró. Dobló la carta con cuidado y la
metió en la enorme bolsa de su abrigo
gris Oxford. Elevó la mirada al
cielo como esperando Que la respuesta estuviera escrita en el cóncavo azul.
Caminó lentamente,
con paso firme, subió las escaleras, que hoy como nunca se le habían hecho
eternas. Abrió la puerta de su
departamento y entró, se sentó en su sofá y sacó el sobre.
Se quedó pensativo,
indeciso de abrir el sobre o no.
Empezó a recordar
aquellos tiempos tan maravillosos que había pasado en su hermoso Chalchicomula;
la tranquilidad, el olor del campo a humedad cuando llovía, lo majestuoso que
se veía el volcán Citlaltepetl, cuando los rayos del sol lo iluminaban y
resplandecía la blancura que lo coronaba, y cuando acompañaba a su padre a
cortar hierba para el ganado.
¡Ahh! Qué tiempos
aquéllos…. En sus ojos cansados y tristes se asomaron unas lágrimas, sus manos
temblaban, sosteniendo fuertemente el sobre.
Saúl se recostó
sobré el sofá, cerró sus ojos, y las imágenes de su partida aparecieron frente
a él, como si lo estuviera viviendo nuevamente. Su esposa Juana llorando, sus
hijas Tere y Claudia, eran tan pequeñitas, que no entendían nada. Juana le
decía
– ¡No te vayas! –
Y Saúl le
contestaba
– Es por el bien de
ellas, ¡míralas!, se merecen lo mejor. Sólo será por unos años. –
Abrió sus ojos
rápidamente, se enderezó y pensó,
¿realmente fue lo mejor para ellas?, ¿valió la pena haberme perdido sus
primeros pasos?, ¿el no haber podido estar el día de la muerte de mis padres?
Soltó en llanto
desesperado. ¿Realmente valió la pena? Sí, sólo serían unos años, pero veinte,
veinte años. Claudia ya es licenciada y Tere estudia la universidad.
¡Juana, mi querida
Juana! Juro que ahora que regrese las disfrutaré al máximo, les daré todo mi
amor, las llevaré a la laguna de Aljojuca o a la de Chilchotla, tantos lugares
tan hermosos que hay en mi hermoso pueblo.
Pero ¿y si me dicen que no quieren saber de mí? ¿y si Juana ya tiene otro hombre? Los dos
años pasados perdí contacto con ellas.
De pronto sintió un
dolor muy fuerte, se sobó el brazo y le empezó a faltar la respiración, cayó
del sofá, se estiró con esfuerzo para tomar el sobre, lo desgarró, aún con el
dolor tan fuerte en el pecho, lo abrió y al querer desdoblar la hoja, dio su
último aliento.
Dos horas más
tarde, llega su compañero de cuarto, Jesús, lo mira tirado y corre hacia él.
– ¡Saúl, Saúl,
Saúl, háblame! – .
Toma la hoja que
Saúl apretaba con su mano, y lee:
¡Claro
papá te esperamos con los brazos abiertos, gracias por tu sacrificio, te
amamos! Tu familia.
Biblioteca Pública “Mtra. Rosa Esther Adame Quiñones”
María Minerva López Vázquez.
Junta auxiliar La Gloria, Cd Serdán.
Pececito de oro
Precioso relato, me envolvió desde el título. :D Felicitaciones
ResponderEliminarDiana Laura Ramos Aca