jueves, 11 de abril de 2013

reencuentro en el adios


El hombre miró el sello postal en el sobre y suspiró. Dobló la carta con cuidado y la metió en la enorme bolsa de su abrigo gris Oxford. Elevó la mirada al cielo como esperando que la respuesta estuviera escrita en el cóncavo azul.
Caminó y caminó imaginando con gran emoción lo escrito, por lo que tantos años había esperado; todo le era gris, pues esperaba que la carta le trajera color y alegría a su vida. Al llegar a su casa miró,  frente a él estaba un espejo, observó su  reflejo detalladamente, su piel ya desgastada por el sol, algunos cabellos blancos y pliegues en la cara que le fueron marcando los años, consumiendo su vida, sin darse cuenta de ello.
Fue entonces que recordó parte de su pasado… Joel amaba a Amelia, jóvenes aún. Ella era de una posición económica más alta que él.  Amelia se enamoró del hijo de su empleada, juntos estudiaron desde niños y con la convivencia a diario se enamoraron. Hasta que el padre de Amelia se dio cuenta y muy molesto la llevó a vivir a otro país. En su última noche, se despidieron entregando uno al otro su amor, se juraron algún día estar juntos. Ella le prometió volver para quedarse a su lado.
Joel durante muchos años no amó a nadie como a ella, siempre se veía solo y su semblante era triste; siempre esperaba aquellas cartas que le enviaba su amada, en las que soñaba que le dijera “ya volveré”.
Después regresó al presente y sacó de la enorme bolsa de su abrigo la carta. En ella decía:

Para el amor que aún me espera
Joel:
Sé que han pasado casi 20 años y en todo este tiempo sólo he pensado en volver y estar a tu lado, entre tus brazos; deseo besar nuevamente tus labios que aclaman mi nombre y embriagarme de tu aroma, desvanecerme contigo de pasión.
 He visto muchas lunas como ésta. La vida no se detiene, me miro al espejo y empiezo a darme cuenta que he desperdiciado mi tiempo, que me hubiera gustado aprovecharlo a tu lado. Mi corazón me dice que aún me esperas ansioso. Quiero estar contigo, quiero pasar mis últimos años junto a ti.
 Por el amor y obediencia a mi padre, no estuve contigo; sin embargo, hoy estoy triste pues mi padre ha partido. A pesar de eso debo decir que hoy mi alma se llena de esperanza al pensar que no hay nada ya que pueda impedir partir a tu lado. Estoy dispuesta a buscar la felicidad.
Tu respuesta está en esta carta porque…
Interrumpe la lectura al escuchar el timbre de la puerta ring, ring, ring, ring. Se apresura a abrirla para continuar leyendo, pues su corazón latía muy rápido y tenía sentimientos encontrados; sentía un ligero cosquilleo en el estómago, un nudo en la garganta que no le dejaba pasar los tragos amargos de su vida y los ojos brillosos queriéndole brotar gotas de agua salada, por el contenido de la carta.
Al abrir la puerta halla una mujer bella, con vestimenta elegante color negro, pero mostrando el paso de los años en su rostro.  Con palabras suaves dijo:
-¿Es casa de Joel?
-¿Sí, en que puedo servirle?
Como una niña sonriente y demostrando felicidad se echó a sus brazos, diciéndole:
-Yo soy la respuesta a tus cartas.
Joel se quedó anonadado, no tenía palabras, no sabía cómo actuar, se quedó en suspenso por un minuto. Nuevamente la voz suave y tierna:
 – ¡Sí, soy yo! He venido  a quedarme a tu lado para siempre, mi amor.
Al reaccionar, brotaron gotas de agua salada que rodaron sobre sus mejillas. Y le dio un fuerte abrazo, diciéndole;
 -¡Sabía que regresarías! ¡No puedo creerlo!
Su mirada recorrió todo el cuerpo de Amelia.
– Has cambiado, pero sigues aún muy hermosa; todo este tiempo solo pensé en ti; esta última carta es la mejor que he recibido.
Tomó la carta entre sus manos y leyó la última línea que decía:
 Siempre te amé y ahora regreso a tu lado, ya no esperes. Mañana a primera hora viajaré, te buscaré.
Atentamente,
Amelia.
 Gracias por esperarme, hasta pronto.
La emoción fue tan grande para Joel que la disfrutó muchísimo y esa noche se amaron. Todo parecía unirse al amor, pues la luna se encontraba en su mejor resplandor, parecía que sonreía al ver la fusión del amor; la habitación se cubrió de ternura, amor, pasión y volaban ambrosías de te amo. Sin límites disfrutaron de esa noche como si fuese la primera  vez en sus vidas.
Joel la abrazó fuerte, como no queriendo separarse jamás, le dio un beso en la frente, diciéndole:
 - He alcanzado la felicidad total, gracias mi amor.  Amelia, siempre estaré contigo, más allá de mi muerte.  No te vayas de mi lado, por favor. Amelia sonriente le contestó:
-No temas, que mañana cuando despiertes, seguiré a tu lado.
Los dos abrazados y felices por estar juntos después de tantos años de separación. Cerraron los ojos para dormir, escapándoseles un suspiro. Aunque para Joel fue el último soplo de su corazón. Al alba del día siguiente Amelia despertó y se dio cuenta de que Joel había fallecido. Triste y sin entender lo que había sucedido, con llanto, gritos y reclamos miró al cielo y dijo:
-¿Por qué? ¿Por qué? Dios mío, ¿por qué te lo llevas ahora que al fin podíamos estar juntos?
Pero el llanto y los reclamos ya eran en vano, no había nada por hacer.  Con un beso en la frente, Amelia se despidió.  Tristemente entendió que lo tenía que dejar partir, pues sabía que hasta el último instante de su vida le regaló su corazón y que él había prometido siempre estar a su lado.


TERESA JUAREZ SORIA
BIBLIOTECA PUB. MPAL.
HIGINIO AGUIRRE GOMEZ 3210 

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