Dedicado
a mi hijo Alejandro
Buenas y
apreciables tardes tenga usted señora Paloma, disculpara mi atrevimiento al
dirigirle esta carta pues sin duda le soy un personaje desconocido. Sin ánimo
de ofenderla, también creo que usted difícilmente recibirá correspondencia del
tipo que le envió ahora, sin embargo y quebrantando las leyes naturales de
nuestro alocado mundo, me atrevo a escribirle esta carta a solicitud de mi
intranquila conciencia, pues en mi mente pensamientos nada saludables a su
persona se me han hecho presentes y han interrumpido mi tranquilidad.
Se
preguntará usted -“¿a qué debo yo, una paloma de buena parvada, recibir
semejante misiva?- Pues bien mi apreciable ave (he de decirle que en mi
rebuscado intelecto siento que volverla a llamar señora sería una falta de
respeto a sus apreciables plumas, por lo que en adelante me tomaré el
atrevimiento de darle el insigne titulo de “ave” como muestra de mi respeto a
su buena clase), como le decía, el motivo de esta carta es para reclamarle a
usted un terrible descuido de su apreciable persona. Se volverá a preguntar de
qué clase de descuido hago referencia, pues bien, déjeme contarle.
Sucede
que hace tan sólo cinco días atrás, yo acudía presuroso a una cita con Julia,
una linda compañera de trabajo a la que después de tantas insistencias, por fin
pude convencer de otorgarme el placer de dicho encuentro. Como iba diciendo, me
dirigía al punto de encuentro con esta señorita con el afán de no llegar ni un
segundo tarde para no hacerla esperar. Lamentablemente es a unos cuantos metros
del lugar acordado cuando me encontré con su respetable persona mi estimada
ave, o mejor dicho, cuando el blancuzco producto de su digestión se encontró
conmigo y dejó marcado el elegante saco que utilizaba ese día, y fue tal su
acción, que hasta a mi piel llegó la fría humedad producto de su barbárico acto.
Dirá
usted que no había inconveniente porque lo que hace es algo natural que
cualquier ser vivo realiza, sin embargo a mí no me lo ha parecido así; me ha
parecido un acto grosero y ruin de su parte, en especial porque después de este
incidente en lugar que usted siguiera su camino como cualquier otra paloma, se
posó a descansar en la rama de un árbol que quedaba justo arriba de la banca
donde la señorita Julia ya me esperaba sentada, como esperando por el
desenlace.
He
de decir que me sentí abochornado por presentarme en ese estado tan…inesperado
gracias a su intervención Doña Ave, ¡mi dilema fue grande! Ir a cambiarme o
presentarme en esas condiciones tan deplorables ante la buena de Julia; pero
como ave de mal agüero la vi a usted inflando su pecho y esponjando sus plumas,
alistándose para liberar la presión que la embargaba en un nuevo producto
blanco. ¡No podía permitir que Julia sufriera lo mismo que yo! ¡Fue por eso que
desesperado corrí hacia ella intentando salvarle y temeroso de no llegar a
tiempo lo único que fui capaz de hacer fue arrojarme sobre ella para
protegerla! Pero tan mala fue mi suerte que al verme se dispuso a levantarse,
provocando que nuestros cuerpos chocaran y fuéramos a dar directo al suelo, yo
sobre ella en una pose comprometedora que Julia interpretó de muy mala manera,
y gracias a lo cual me dio un sinfín de calificativos negativos acompañados de
unos cuantos golpes de su bolso, para terminar yéndose totalmente furiosa.
Es por este motivo
que a usted Doña Ave, le pido, no: ¡le exijo, que la próxima vez que se vea en
la necesidad de sentirse libre, lo haga sobre terreno vacío de chicos que están
por asistir a una cita importante! Y en especial ¡que sea muy lejos de sus citas!
Sin mas que añadir
Doña Ave, se despido de usted su servidor.
Atte:
Andrés Dorian
Andrés Dorian
PD.- Esta carta la he entregado a un Pichón
pinto y algo regordete, que de acuerdo a lo que me han dicho fuentes fidedignas,
es un conocido suyo.
Norma Delia Medina Hernández
Biblioteca Hilario Galicia Rodriguez 2248
de Ciudad Serdán.
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